Cerramos la puerta tras nosotras: estamos en casa. Quedaron a fuera las pequenãs batallas del trabajo: entretejidos de miradas, tonos de voz, desaires, desajustes, destellos y triunfos nimios, tan nimios que no vale la pena brindar por ellos. No brindaremos, pero nos servimos una copa de vino. La copa tiene voz propria. Pide una pincelada de borgoña. El vino cae en ella como nosotras desearíamos caer, sueltas y decididas, en los brazos de alguien. Derramadas, abandonadas, desarmadas. La miramos antes de acercala a la boca. Esa visión ya es parte del disfrute. Esta es la copa de vino que comparto conmigo, nos decimos en esa cerimonia que nos contiene como la copa al vino. Y bebemos despacio, buscando en ese sorbo la pizca de deleite que el día nos ha retaceado. Nada demasiado grave ni agudo habías de sucedernos. Simplemente queremos descansar, sentir en la humedad de los huesos un poco de calor, aflojar nuestros nudos, los antiguos y los presentidos. Queremos que el cuerpo se nos aligere y que la mente se aplaque. Tal vez también queremos recordar. Algo bueno. Algo bello. Bebemos nuestra copa de vino, solas, calladas, descalzas, tiradas en el sofá, mientras afuera las luces de las otras casas se van encediendo y apagando.
(Perdonen Nuestros Placeres - Sandra Russo)
domingo, julho 27, 2008
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